miércoles, 19 de enero de 2011

En el supermercado

Una mañana, fui al supermercado y me pasó una cosa terrible. Escuchad, resulta que mi vecino Mario del 5º A es muy despistado. Él trabaja en la tienda que hay al lado de mi casa y de casualidad me lo encontré. Mario le estaba poniendo los precios a los productos. Es un chico despistado, narizotas, con un tupé en el flequillo y unas gafas de culo de botella. Resulta que los dos tenemos en común una vecina que es muy atractiva. Ella pasaba por allí, como tenía prisa, se había puesto una minifalda y un top a ver si algún hombre la dejaba saltarse la cola. Como a Mario se le caía la baba nada más verla, y como era tan cabezotas, pues siguió poniendo precios mientras miraba a la muchacha, pero a uno de los productos no le puso precio si no que me lo colocó a mí en la espalda sin darse cuenta. ¡Ay, este chico, tan desastre como siempre!. En fin, yo tampoco me había dado cuenta de que me había puesto el precio a mí.

Terminé de comprar en la parte de las bebidas y me fui a la parte de los congelados, allí se me acercó una señora. Era regordeta, vestía muy hortera y muy cursi, llevaba un gorro a la cabeza con una flor muy llamativa y unas gafas de cerca, pegadas a la punta de la nariz. Yo mientras esta señora estaba detrás mía, seguí consultando la lista de la compra. Se me quedó mirando un buen rato y decidió acercarse y mirarme fijamente la espalda, donde estaba el dichoso precio que me había puesto mi vecino Mario. Para colmo esta mujer se creyó que yo estaba allí como un producto más.

Ella pensó : “Qué barato vale este producto para ser tan original. Seguro que a mis hijas les encantará tener un peluche tan bonito como éste. Me lo llevaré a mi casa”.

La señora me cogió y me metió en el carro de la compra, llegamos a la caja donde estaba Mari Pili con cara de aburrida. En el instante en que me iban a pasar por el lector de códigos de barra no dudé en ponerme a chillar como un loco. A la señora no le importaba porque se creía que lo que yo era un muñeco que funcionaba a pilas. La cajera me pasó por la maquina, la señora cogió sus bolsas de la compra y nos fuimos hacia su casa, por el camino íbamos en un coche muy antiguo negro mate. Yo intentaba escaparme pero cuando me intenté soltar del pesado brazo de la señora, ya habíamos llegado al aparcamiento de su casa. Ya no tuve escapatoria, así que le dije a la señora que me quería ir a mi casa, que tenía familia y que me estaban esperando. La mujer, al escuchar mis palabras, se quedó un poco asombrada. Antes de subir por el ascensor me preguntó si yo era un peluche con pilas, a lo que yo contesté que no. Entonces esta mujer me pidió disculpas y me pagó el taxi de vuelta a mi casa. Llegué y se lo conté a mi familia y desde ese momento no he vuelto a ir a ese supermercado, hasta que deje de trabajar allí el tonto de mi vecino.

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